domingo, febrero 27, 2011

Hanumanasana

Durante mis vacaciones me entero por internet de la muerte de Eduardo, uno de mis grandes amigos. Tuve un proceso de extraña calma. Sólo pude llorar cuando salí a la calle, luego de verlo en la clínica antes de partir. Tuve mucha angustia y vacío de verlo conectado a un respirador artificial, sin voluntad propia y en una inmmovilidad tan distinta a lo que siempre fue él. Sabía que probablemente su muerte ocurriría durante mi viaje, pero no podía cancelarlo porque tenía combinaciones tomadas y se que él también se hubiese opuesto a ello.

Ese "que diría Eduardo sobre esto" ha sido algo que me ha acompañado estos días, con el recuerdo claro de sus comentarios, opiniones y visiones del mundo tan particulares y claras en él. Una persona excepcional que agradezco haberla conocido y que se diera el tiempo y las energías de acercarse a mí como su amigo y en algunas ocasiones su confidente. Yo siento que aprendí un montón con él y se lo agradezco; lo admiré muchas veces y también lo reprobé algunas otras, pero su mundo era tan grande que finalmente terminaba aceptando lo que él me contaba sin cuestionármelo en lo absoluto, tratando de ver más allá de las palabras.

Tan especial fue nuestra relación, que desde su comienzo en 2003 fue basada en hechos particulares. Una tarde de semana salí en horario de trabajo a jugar backgammon con él en un parque. Sólo habíamos intercambiado mensajes electrónicos, pero tenerlo frente a mi, con el tablero de seda y las piezas de cristal me ratificó que era alguien distinto. Un enorme trabajo espiritual y también el deseo de éxito fraguaron su personalidad como los dos extremos de un péndulo. Pensé que no lo volvería a ver después de esa tarde, pero él me escogió y me dedicó mucho de su tiempo, lo que se transformó para mi en un gran periodo de aprendizaje y de ver el mundo con ojos tan distintos a los míos, lo que finalmente me ayudó muchísimo.

Su perfeccionismo, intransigencia e intolerancia hacia las cosas que no funcionaban lo convertían en un personaje a veces odioso, pero finalmente entendí que él quería dejar en claro que el estilo y el buen gusto no sólo debe estar en el discurso, sino que también en los hechos. Y así aprendí también a hablar más fluidamente desde mí, sin tapujos como era el estilo en Eduardo, lo que conservo hasta hoy. También esa decisión de hacer las cosas que tenía en mente era algo propio de él. Siempre con proyectos y sueños, en algunos de los cuales ayudé a corregir algunos textos o diagramaciones, lo hacía un personaje permanentemente activo.

En una cena en el restaurante Mundano, recuerdo que Eduardo me comentó que él pensaba que no viviría más allá de los 35 años, una vez que hubiese cumplido las cosas que tenía planeadas. Se veía en Nueva York haciendo arte, lo que finalmente no pudo cumplir. La vida aceleró su partida a los 30 años, donde probablemente él ya había cumplido su misión , cosa que no pude saber de su boca.

Los últimos años generalmente me invitaba a su casa a compartir sus cumpleaños y los años nuevos. Este último se me hizo muy tarde y le mandé un mensaje de texto diciendo que no podía ir. El me mandó otro mensaje deseándome feliz año 2011 y fue lo último que supe de él. Tantas veces se dice que uno no debe dejar pasar el tiempo, pero en mi caso no lo llamé ni me junté con él hasta que me avisaron que estaba muriendo en una clínica.

A Eduardo lo siento cerca, tengo en mi mente y mi corazón su voz, sus muecas y tantos otros recuerdos que lo mantienen presente. Encontré una de sus fotos de esos años gloriosos de él, donde se sabía guapo y que no era indiferente para la gente. Y que mejor homenaje para él que decirle que estás regio Eduardo... mi gran amigo, mi amor está contigo.