domingo, agosto 21, 2011

Juventud y Belleza

Algunos temas no terminan nunca de pasar de moda, precisamente porque son intrínsecos de la condición humana. Uno de ellos es el cuestionamiento a envejecer y finalmente morir. Si este dilema ha sido tocado en reiteradas películas y novelas, algunas obviamente se mantienen en el tiempo y generan nuevas conversaciones y puntos de vista.

Eso me pasó cuando fui a ver la película Dorian Grey de 2009, del director Oliver Parker, basada en la novela El Retrato de Dorian Grey del conocido Oscar Wilde. Si bien no he leído la novela, entiendo que la película no se aleja demasiado de la escencia de la obra y es el deseo de permanener por siempre joven y con la virtud de la hermosura. Tema sensible en el mundo homosexual y que es motivo de muchas horas en los gimnasios y quirófanos.

No es casualidad tampoco que Wilde escriba de esto, aún cuando tenía la necesidad de la discresión y por ende del ocultamiento en su obra, ya que es sabido de que su homosexualidad fue públicamente castigada en la Inglaterra de comienzos del siglo XX, afectando a su trabajo de escritor. Sin embargo, hoy que estos temas tienen posibilidad de mayor apertura en el discurso, es interesante ver como se reinterpreta en el cine, estando el primer decenio del siglo XXI.

Lo primero que quise averiguar es si esta novela había sido llevada al cine con anterioridad y encontré que sólo hay una versión anterior y es del director americano Albert Lewin de 1945. Será un interesante desafío ver esa versión, pero por la lectura de la crítica presumo una gran sutileza a usar el texto con este ocultamiento original del que hacía mención. El grupo actoral de esa versión con connotados nombre como George Sanders y Angela Lansbury, debe darle la tensión constante a la película y el carácter de tragedia anticipada donde no importa conocer el final de la misma.

Sin embargo en la versión de 2009, con un sólido Colin Firth en el personaje incitador de Lord Henry Wotton y Ben Barnes (conocido por ser el príncipe Caspián en las Crónicas de Narnia) como Dorian, se muestra abiertamente a un Dorian bisexual, dispuesto a toda clase de placeres, que sin alterar su figura, desfiguran y pudren su alma transmutada en la pintura que le hizo el pintor Basil Hallward, el que obviamente por su sensibilidad queda prendido de esta belleza masculina, que internamente desea de alguna forma poseer. En la película los textos y las imágenes no necesitan ocultar que esta belleza y juventud es un puente para encontrar el placer sin límites y las culpas y recriminaciones son dejadas en el desvan (donde se encuentra la pintura), mostrando el precio que se debe pagar por esta vida donde se ha superado el bien y el mal. Sin embargo, el tiempo hará reflexionar a Dorian y declarar que "el placer no es lo mismo que la felicidad", propinándole esa angustia existencial de la naturaleza humana.

Preguntas como ¿qué es la felicidad?, ¿que viene después del placer?, ¿tiene sentido amar, a sabiendas de que no existe el para siempre y que la vida estará llena de desiluciones?, entre tantas otras, creo que vale la pena detenerse en algún momento a pensarlas y no con un afán moralista, sino más bien orientador. Y precisamente eso me evocó la película, además de su visualidad y estética recargada de belleza y de horror conjuntamente.

Los que hayan leído el libro y los que no, supondrán que esta historia debe terminar mal. Y están en lo correcto. Bastaría ver como ha sido la relación con la inmortalidad que han tenido personajes como Drácula y sus variaciones vampirescas, donde más de alguna vez desearon recuperar la mortalidad. Pero a diferencia de esas historias, a Dorian lo podemos ver todos los días saliendo del metro y también como ilusión en nuestros espejos, aún cuando el tiempo ya haya hecho algo de estragos en nuestra juventud.