sábado, febrero 22, 2014

Los dos Dubois: entre el registro y memoria

No me gusta tomar fotografías en los cementerios. Si bien los mausoleos y esculturas mortuarias representan un aspecto muy importante de la expresión humana desde los tiempos más ancestrales, en mi hay cierta incomodidad por tomar registro de estos lugares.

He visto fotografías de funerales, de los antiguos angelitos (niños fallecidos vestidos como tales), pero en mi caso, prefiero que mis muertos formen parte de la memoria, más que de la representación a través de un objeto. Y curiosamente una fotografía mía está en el sepulcro de un gran amigo, aunque se ve el efecto del sol, que la tiene completamente descolorida, lo que reafirma este conflicto que veo con el registro y la memoria.

Existen dos personajes que se me acaban de cruzar y que representan los fenómenos planteados en esta introducción. Comparten el mismo apellido Dubois y que fueron inmigrantes en América Latina. El primero es Emile Dubois, un francés que se avecindó en Valparaíso y que forma parte de la historia de Chile por los asesinatos que cometió contra personalidades extranjeras de la ciudad y que misteriosamente tras su muerte, su animita se convirtió en un lugar de petición de favores por ser considerado milagroso.

Por otra parte, en el corazón de la Argentina existe el museo de Gabriel Dubois, un artista que se avecindó en la ciudad de Alta Gracia y que experimentó con distintos materiales esculturas y figuras artísticas, las que se pueden observar en dicho lugar. Sin embargo, lo que sobrecoge es la escultura que se encuentra en el patio de la casa y que el artista erigió por la muerte de su esposa Marie Louise.


Dubois la tituló Angel Caído y la representación de su mujer moribunda con su hijo abrazándola refleja el dolor de la pérdida que no pierde la intensidad con el paso del tiempo.

En conclusión, es curioso que ambos personajes usaran el nombre Dubois como un pseudónimo, ya que no era el nombre real de ninguno. El argentino dejó por si mismo registro y memoria de su existencia a través de su obra y el segundo fue convertido en mito por la memoria que le asignaron los porteños a su existencia.